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Estrategias nutricionales en casos de flatulencia.


miércoles 12 noviembre 2025


Estrategias nutricionales en casos de flatulencia

La flatulencia se define como una formación excesiva de gas en el estómago y/o en el intestino.
Generalmente se asocia con eructos y/o borborigmos, aunque en algunos casos puede acompañarse de otros signos gastrointestinales como pérdida de peso, diarrea o esteatorrea, los cuales evidencian un trastorno subyacente que afecta al intestino delgado.


Ocasionalmente, los propietarios informan un aumento de la flatulencia durante un cambio dietético o tras una indiscreción alimentaria.

El gas normalmente presente en el tracto gastrointestinal puede derivar de tres fuentes: el aire ingerido, el gas producido por la fermentación microbiana en el intestino y el que proviene de la sangre y se difunde hacia el tracto gastrointestinal.

El aire ingerido parece constituir la mayor parte del gas presente a nivel intestinal, y su ingesta excesiva se considera la causa más común de flatulencia, especialmente en las razas braquicéfalas y en los animales que comen con voracidad o demasiada rapidez.

Una pequeña parte del gas producido en el tracto gastrointestinal deriva del dióxido de carbono que se forma durante la reacción entre el bicarbonato y el ácido gástrico, la cual genera agua y CO2. La mayor parte de este dióxido de carbono se difunde a través de la pared intestinal hacia la circulación sanguínea, aunque una fracción permanece en el contenido intestinal.

Sin embargo, la mayor parte del gas endógeno producido en el tracto gastrointestinal se origina por la fermentación bacteriana de carbohidratos de baja digestibilidad y de algunas fibras, particularmente las solubles y fermentables, por parte de la microflora presente en la porción terminal del intestino delgado y en el colon.

Es probable que los alimentos que contienen una gran cantidad de oligosacáridos no absorbibles, como rafinosa, estaquiosa y verbascosa, induzcan la producción de un volumen elevado de gas. La razón radica en la ausencia, en el perro y el gato, de enzimas digestivas necesarias para escindir estos azúcares en monosacáridos absorbibles. Al llegar intactos al colon, son fermentados por las bacterias con la consiguiente producción de hidrógeno y dióxido de carbono.

La soja, las judías y los guisantes son ejemplos de alimentos que contienen cantidades elevadas de estos oligosacáridos.

Un mecanismo similar ocurre en animales con patologías que causan mala digestión o malabsorción, en los que una cantidad excesiva de sustratos mal asimilados, como carbohidratos o proteínas, llega directamente al colon y sufre fermentación por acción de la microflora intestinal.

El gas se desplaza en la luz intestinal de forma independiente a los sólidos y líquidos, aunque la velocidad de su paso a través del tracto gastrointestinal se ve influenciada por los lípidos dietéticos.

En cambio, la humedad de la dieta no parece afectar el movimiento de los gases dentro de la luz intestinal.

Como se mencionó anteriormente, las fibras dietéticas también influyen en la flatulencia.

En primer lugar, porque las fibras fermentables sirven como sustrato para la producción intraluminal de gas intestinal por parte de la microflora, pero no solo por esta razón.

De hecho, las fibras también ralentizan el transporte de los gases en el intestino.

Por lo tanto, las dietas ricas en fibra pueden aumentar la producción de gas por parte de la flora colónica e inhibir el tránsito gaseoso, provocando retención de gas, borborigmos notables, dolor abdominal y flatulencia, especialmente cuando la dieta contiene fibras altamente purificadas y fermentables.

Por ejemplo, el xilano y la pectina provocan una mayor producción de gas en comparación con la celulosa o el salvado de maíz.

Los sustratos que se fermentan también influyen en el olor del gas expulsado por el ano.

El nitrógeno, el oxígeno, el dióxido de carbono, el hidrógeno y el metano son gases inodoros que generalmente constituyen la mayoría de los gases emitidos, mientras que los gases que contienen azufre, como el ácido sulfhídrico, el metanotiol y el dimetilsulfuro, producen olor, a veces muy intenso y desagradable.

Las fuentes de compuestos sulfurados incluyen aminoácidos (incluidos los endógenos derivados de la mucina), el sulfato presente en las verduras crucíferas (como el repollo, la coliflor o los grelos) y ciertos polisacáridos sulfurados de baja digestibilidad.

No obstante, los ingredientes con un alto contenido proteico también parecen aumentar la producción de gases malolientes, especialmente si las proteínas son de baja digestibilidad o si el animal presenta dificultades digestivas.

De todo lo expuesto se desprende que la dieta desempeña un papel fundamental en el manejo de la flatulencia.

El punto de partida en la elección de la alimentación para un animal que sufre de flatulencia debe ser la digestibilidad de la ración, la cual debe ser muy elevada, especialmente en la fracción de carbohidratos, con el fin de reducir los residuos disponibles para la fermentación bacteriana en el intestino grueso.

Algunos estudios en perros han demostrado que los alimentos que contienen arroz como fuente de carbohidratos provocan una menor formación de gas intestinal que aquellos que contienen trigo o maíz.

Sin embargo, en algunos animales, el simple cambio en la fuente de carbohidratos puede mejorar la sintomatología.

También en la elección de las proteínas debería considerarse el uso de una nueva fuente, ya que la hipersensibilidad alimentaria debe contemplarse siempre entre las posibles causas de flatulencia crónica y borborigmos.

Una alternativa, en el caso de dietas comerciales, puede ser optar por un alimento a base de proteínas hidrolizadas que, además de poseer una alta digestibilidad proteica, suelen contener también fuentes de carbohidratos altamente digestibles.

Algunos autores sugieren evitar las dietas con un contenido elevado de proteínas, limitando su proporción al 30% sobre materia seca en el perro y al 40% sobre materia seca en el gato, especialmente cuando la flatulencia se caracteriza por un olor desagradable.

Deben evitarse las fuentes proteicas leguminosas como judías, guisantes o lentejas, así como, según algunos autores, aquellos alimentos proteicos que contengan lactosa, ya que la intolerancia a este disacárido podría figurar entre las posibles causas del aumento de la producción de gas intestinal.

Finalmente, la elección de la fuente proteica también debería basarse en su contenido en grasa.

La reducción del contenido lipídico en la dieta parece aportar beneficios en la gestión de la flatulencia.

Actualmente no existen estudios que indiquen un valor exacto de lípidos que debería contener la dieta ideal para animales con esta problemática, pero algunos autores sugieren preferir dietas en las que menos del 20% de la energía metabolizable provenga de las grasas.

Por supuesto, al seleccionar la dieta debe prestarse especial atención a su contenido en fibra, tanto cuantitativa como cualitativamente.

En pacientes con flatulencia excesiva, la cantidad de fibra no debería superar el 5% sobre materia seca, aunque en algunos animales se observan beneficios con dietas que contienen menos del 3% de fibra bruta.

Deben reducirse o evitarse las fibras solubles o fermentables, como las pectinas o las gomas, ya que su fermentación bacteriana incrementa la producción de gas.

También algunas fibras mixtas como los salvados, la fibra y la cáscara de soja, las fibras de guisante, el psyllium y la pulpa de remolacha pueden ser fuente de flatulencia.

El aumento de la frecuencia de las comidas suele recomendarse como una posible terapia para la flatulencia, con el objetivo de reducir la cantidad de nutrientes no digeridos que llegan al intestino y favorecer una mejor digestión y absorción.

Sin embargo, existen muy pocos estudios científicos al respecto y no hay evidencia de que un aumento en la frecuencia de las comidas tenga un efecto real sobre la digestibilidad, ni en el perro ni en el gato.

Finalmente, aunque los estudios se han realizado principalmente en medicina humana, en animales con flatulencia crónica podría ser útil recomendar un incremento de la actividad física y del ejercicio diario.

Los experimentos en humanos sugieren que un leve aumento de la actividad puede bastar para promover el desplazamiento de los gases a lo largo del tracto gastrointestinal y favorecer su expulsión, reduciendo el riesgo de distensión abdominal y dolor.

En los casos en que el tratamiento dietético, asociado con ejercicio físico regular, no logre eliminar los signos clínicos, deberían realizarse investigaciones diagnósticas adicionales para descartar enfermedades intestinales orgánicas o funcionales, y considerar la posible presencia concomitante de disbiosis intestinal.

Bibliografía:
- Delaney SJ & Fascetti AJ. Applied Veterinary Clinical Nutrition, 2012. Capítulo 12
- MS Hand, CD Thatcher, RL Remillard, P Roudebush & BJ Novotny. Small Animal Clinical Nutrition, 5ª edición, 2010. Capítulo 65


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