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Requerimiento energético, Patologías, Terapia de dieta

La dieta en los pacientes oncológicos.


miércoles 2 julio 2025


La dieta en los pacientes oncológicos

En un paciente oncológico siempre se debería realizar una evaluación cuidadosa de su dieta, considerando que los tumores inducen importantes cambios metabólicos en el organismo que a menudo requieren una intervención nutricional específica.
Proporcionar una dieta adecuada con nutrientes seleccionados a un sujeto afectado por una neoplasia puede revertir algunos de los efectos deletéreos de la enfermedad tumoral, mejorar la tolerancia del animal al tratamiento y aumentar su calidad de vida


El primer paso debe ser una evaluación exhaustiva y completa del paciente, de su estado nutricional, teniendo en cuenta no solo el tipo de neoplasia que presenta, sino también el estadio en el que se encuentra y la terapia que está siguiendo.

En el artículo anterior (La correcta evaluación nutricional del paciente con neoplasia) profundizamos en la importancia que tiene una evaluación adecuada del estado nutricional del paciente para poder decidir qué estrategia dietética debe aplicarse en ese caso concreto.

La personalización de la dieta, en un paciente oncológico, es fundamental, ya que dos pacientes afectados por una neoplasia podrían requerir enfoques nutricionales completamente diferentes.

El punto de partida debe ser siempre calcular, de la manera más precisa posible, las necesidades energéticas del paciente.

Incluso en esta fase, el veterinario puede encontrarse con diferentes escenarios que implican decisiones distintas.

Algunos animales con neoplasia padecen caquexia tumoral y requieren un aporte calórico superior al de un sujeto sano, mientras que otros, en el momento del diagnóstico, incluso presentan sobrepeso.

De ello se desprende que el cálculo del requerimiento energético diario será completamente diferente en ambos tipos de pacientes.

En un perro o gato afectado por caquexia tumoral, el objetivo principal de la dieta debe ser evitar una mayor pérdida de peso y, en la medida de lo posible, devolverlo a su peso corporal ideal.

En estos casos, a menudo es necesario multiplicar las necesidades energéticas de mantenimiento por un factor de corrección relacionado con la enfermedad y la caquexia, con el fin de aumentar el aporte calórico diario.

Este factor de corrección varía generalmente entre 1,1 y 1,4, aunque en casos extremos algunos autores incluso recomiendan multiplicar el MER por 1,7.

La elección del factor a aplicar no depende únicamente del BCS (condición corporal) y del MCS (condición muscular) del paciente, sino también de la causa subyacente de la caquexia. Si el animal, por ejemplo, ha perdido peso porque tiene dificultades para alimentarse, podría no ser útil aplicar de inmediato un factor de corrección elevado. En cambio, podría ser más adecuado abordar inicialmente las causas de la inapetencia, como las náuseas, y tratar de que la comida resulte lo más apetecible posible.

Solo posteriormente, si el animal comienza a alimentarse correctamente pero aún así no recupera peso, podría ser conveniente aumentar aún más el aporte calórico.

¿Cómo se debe proceder, en cambio, si el paciente presenta sobrepeso u obesidad?

Sabiendo que la obesidad conlleva numerosos riesgos para la salud, como enfermedades musculoesqueléticas, inmunosupresión, diabetes e intolerancia a la glucosa, y que los sujetos mantenidos en condiciones físicas ideales viven más tiempo, podría parecer natural pensar que el animal debe perder peso, y cuanto antes mejor.

Sin embargo, en un paciente obeso afectado por una neoplasia, este enfoque podría no ser adecuado e incluso resultar perjudicial.

Antes de reducir drásticamente el aporte calórico de un paciente enfermo, es esencial evaluar cuidadosamente el estadio de la enfermedad, si esta es clínicamente estable, y considerar el pronóstico y el tiempo de supervivencia esperado para su patología.

De hecho, una restricción calórica severa en un sujeto oncológico podría inducir fácilmente un estado de malnutrición energético-proteica con pérdida de masa magra, hipoproteinemia, y deterioro del sistema inmunitario y de la funcionalidad de algunos órganos.

Por lo tanto, puede tener sentido "poner a dieta" a un paciente oncológico, con el fin de llevarlo muy gradualmente hacia un BCS ideal, solo si se encuentra en una fase inicial de la enfermedad, si la neoplasia puede tratarse quirúrgicamente y si el paciente está clínicamente estable. En cualquier caso, la reducción calórica debe realizarse de forma muy gradual y el paciente debe ser monitorizado con atención.

Una vez calculado el requerimiento energético, el veterinario deberá decidir si también es necesario modificar la composición de la dieta para redistribuir las calorías entre grasas, proteínas e hidratos de carbono.

También en este caso, para tomar una decisión adecuada, es necesario haber realizado una evaluación clínica y nutricional minuciosa del paciente, ya que el tipo de dieta a elegir depende también del tipo de tumor y de otras patologías concomitantes.

De forma general, el perfil nutricional de la dieta debería elegirse tratando de aprovechar las diferencias en las necesidades metabólicas entre el organismo del huésped y el tumor.

De hecho, la mayoría de las células neoplásicas utilizan preferentemente la glucosa como fuente energética, aunque en caso de necesidad también pueden metabolizar ácidos grasos y aminoácidos como "combustible".

En consecuencia, proporcionar a un animal con neoplasia una dieta rica en grasas y proteínas y pobre en carbohidratos debería servir para alimentar preferentemente al organismo y evitar, en lo posible, la "alimentación involuntaria" del tumor.

Este tipo de dieta ha sido estudiado sobre todo en medicina humana, mientras que los estudios en animales con neoplasia son aún bastante limitados.

Una dieta en la que las calorías proceden principalmente de proteínas y grasas, en lugar de carbohidratos, tiene además otras ventajas potencialmente útiles en un sujeto oncológico.

El elevado contenido proteico ayuda a reducir los riesgos de malnutrición y contribuye a preservar la masa magra, mientras que un alto contenido en grasas tiene como ventajas el aumento de la densidad calórica de la ración y su mayor palatabilidad, favoreciendo así el consumo por parte del animal.

Además, independientemente de su efecto sobre las células tumorales, los carbohidratos podrían no ser utilizados eficientemente por un animal oncológico debido a la resistencia a la insulina y a la intolerancia a la glucosa que este puede presentar.

Las guías nutricionales aconsejan planes dietéticos en los que el 50-60% de las calorías provenga de las grasas, al menos el 30-35% de las proteínas (en algunos casos incluso hasta el 50%) y solo una mínima parte de los carbohidratos.

En términos de materia seca de la dieta, esto se traduce en un 25-40% de lípidos y un 30-50% de proteínas.

Evidentemente, también será fundamental elegir los alimentos más adecuados: las fuentes proteicas deberán contener proteínas de alta digestibilidad y elevado valor biológico y, si es posible, ser especialmente ricas en arginina.

Entre las grasas administradas, puede ser útil incluir una proporción significativa de omega-3 y utilizar fuentes de ácidos grasos de cadena media para mejorar la digestibilidad de la ración.

Los carbohidratos digestibles, como el almidón, deberían reducirse al mínimo, prefiriendo el uso de alimentos ricos en fibra. El uso de fibra soluble puede además ser beneficioso para el microbiota intestinal.

Naturalmente, la fibra también deberá utilizarse con moderación, para no disminuir la densidad energética de la ración ni comprometer su digestibilidad.

Sin embargo, como ya se mencionó, este tipo de dieta no es adecuada para todos los pacientes oncológicos.

Si, por ejemplo, un animal presenta patologías concomitantes como insuficiencia renal crónica, administrarle una dieta rica en proteínas podría agravar su estado clínico.

Además, no todos los animales son capaces de tolerar concentraciones tan elevadas de grasas, especialmente si ya han mostrado síntomas de intolerancia a los lípidos en el pasado. En estos sujetos, las dietas ricas en grasas deberían evitarse siempre, incluso en presencia de neoplasias.

En cualquier caso, antes de iniciar un nuevo plan nutricional, es importante que el veterinario analice también la dieta previa del paciente, en particular el contenido de grasa, y decida en base a ello la proporción inicial de lípidos con la que comenzar. Las fuentes de grasas deberían introducirse gradualmente, evaluando su tolerancia.

Parece evidente, pero conviene recordar que la dieta debe ser completa y correctamente balanceada, y que un paciente oncológico debe ser monitorizado y reevaluado también desde el punto de vista nutricional mediante controles seriados, para decidir si y qué ajustes realizar en su plan alimentario.

BIBLIOGRAFÍA:
- Case L.P., Daristotle L. et al. Canine and Feline Nutrition. Third edition. Capítulo 36
- Delaney SJ & Fascetti AJ. Applied Veterinary Clinical Nutrition, 2012, capítulo 19
- MS Hand, CD Thatcher, RL Remillard, P Roudebush & BJ Novotny. Small Animal Clinical Nutrition. 5.^ edición, 2010, capítulo 30


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